¡Hay Antojos que matan!

Hace unos diez años, una famosa actriz me pidió que la ayudara a controlar su adicción al chocolate.

Comía unas ocho barritas al día, y aunque no tenía ni un gramo de sobrepeso, le preocupaba que estuviera afectándole a la salud.

Cuando hablamos más a fondo, resultó evidente que usaba el chocolate para controlar su estrés. Y no es la única persona que lo hace.

Es bastante habitual usar algo externo para cambiar nuestras sensaciones, ya sean de estrés, de ansiedad o, simplemente, de aburrimiento.

La bebida, las drogas, el sexo, el alcohol, la televisión o el trabajo son medios que las personas utilizamos para cambiar cómo nos sentimos. Y el favorito en todo el mundo —y con diferencia— es el azúcar. 

La persona de la que hablo controlaba de ese modo su estrés, pero sentía que no era capaz de conformarse con un único bocado de chocolate y devoraba la barrita entera.

Es decir, el chocolate estaba al mando, no ella. 

Le mostré una manera más segura de lidiar con el estrés y, mediante el uso de la técnica de la que hablaré a continuación, pudo cambiar radicalmente su relación con el chocolate.

Tan solo le llevó unos minutos. Y a partir de entonces comenzó a sentirse libre para mirar la barrita y comer un bocado e incluso ninguno.

Sin embargo, yo he visto cómo algunas personas han cambiado una costumbre muy arraigada en tan solo veintiún segundos.

En un pequeño instante podemos reorientar nuestras sensaciones y tomar decisiones que transformarán nuestra vida. 

Mis técnicas implican la generación de visualizaciones y de sensaciones emocionales intensas para asociarlas posteriormente a nuevos modos de pensar y de comportarse.

La clave está en el condicionamiento y en el poder de la imaginación.

Hace cien años, el psicólogo Iván Pávlov descubrió el poder del condicionamiento induciendo la salivación en unos perros mediante algo tan simple como el zumbido de un timbre.

Se trataba de un reflejo que él había creado en ellos haciendo sonar un timbre cada vez que se disponía a darles de comer.

Los perros empezaron a asociar aquel sonido con la llegada de la comida y, a partir de ese momento, comenzaban a salivar en cuanto lo escuchaban.

Es decir, Pávlov condicionó a sus perros para que reaccionaran al timbrazo.

Las personas podemos usar el mismo sistema para crear una reacción condicionada que cambie la respuesta a una comida o a una bebida azucarada. 

Asimismo utilizamos el poder de la imaginación porque es más poderosa que la voluntad.

Por ejemplo, nadie puede acelerar su ritmo cardiaco solo con desearlo, pero si te imaginas que te encuentras en un lugar peligroso o ante una situación aterradora (un callejón oscuro y el sonido de unos pasos a tu espalda), tu corazón seguro que se acelerará. 

Así pues, usamos esas dos técnicas psicológicas para programar el cerebro con el propósito de vincular una compulsión a una repulsión.

La segunda anula a la primera, con lo que la próxima vez que veas esa bebida o esa comida podrás tomarla o dejarla a voluntad. 

Y después de la teoría, viene la práctica…

Ahora quiero que pienses en una comida o en una bebida azucarada que se te antoje con frecuencia.

Haremos que tu cerebro reproduzca la sensación de compulsión por esa comida o esa bebida y la fusionaremos con la reacción física que te produce una comida que te da asco.

Cuando la comida compulsiva desencadena repulsión, la segunda sensación anula a la primera, y a partir de ahí serás libre de elegir si quieres comer/beber o no.

Debo advertirte que esta técnica te resultará incómoda durante unos instantes, ya que deberás crear una sensación muy intensa de repugnancia para anular la compulsión.

Pero no te preocupes, te aseguro que vale la pena.

Técnica: “El Destructor de Antojos”

  1. Piensa en una comida que te dé muchísimo asco, hasta el punto de sentir náuseas solo con imaginarla. No basta con una comida que simplemente no te guste; debes ir más lejos. Cuando pido a la gente que piense en una comida nauseabunda, las respuestas son de todo tipo, desde filetes de hígado hasta brócoli. Así pues, imagina que tienes delante un buen plato de lo que sea que te resulte detestable. 
  2. Ahora imagina que en este preciso instante estás comiendo esa comida: nota su textura en la boca y la horrible sensación de tragártela.
  3. Sigue haciéndolo hasta que sientas que se te revuelve el estómago. 
  4. Ahora imagina que añades un poco de esa comida o esa bebida azucarada por la que pierdes el control a la comida que te asquea. Mezcla los sabores y las texturas mientras te imaginas que masticas. La sensación es asquerosa.
  5. Ahora imagina que a esa mezcla de comidas le añades un buen montón de pelo como el que a menudo está esparcido por el suelo en una peluquería. Comprueba cómo sabe todo junto y siente la textura del pelo en tu boca. Mastícalo bien antes de tragarlo. 
  6. Sin dejar de sentir el sabor y la textura de esa comida que tanto asco te produce, mezclada con la comida que sí te gusta y con todo ese pelo, añade el sabor de un cubo de escupitajos y deja que los sabores se mezclen en la boca hasta que no puedas soportarlo más.
  7. Acto seguido, imagina que tragas toda la mezcla. ¡Qué sabor más repugnante.
  8. Ahora piensa en la comida que te desvivías por comer y puntúa el deseo que sientes en una escala del 1 al 10. La puntuación debería ser significativamente más baja que antes. Si quieres que baje aún más, re- pite los pasos anteriores. 
  9. Cuando seas capaz de pensar en la comida que tanto te gusta y puedas decidir si comerla o dejarla, habrás recuperado el control.
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Abrazo y excelente día!
Carlos!

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