Hacer dieta es garantía de desastre.

Participar en un club o en un grupo de adelgazamiento hace que la persona pierda peso a corto plazo, pero luego lo volverá a recuperar —y con creces— a la larga.

Cuando las personas comen menos, su organismo se comporta como si estuviera viviendo una situación de hambruna y entra en modo de supervivencia básica, ralentizando el metabolismo y comenzando a almacenar energía en forma de grasa.

En cuanto la persona que estaba a dieta deja de controlar rígidamente su alimentación, empieza a comer más que antes a fin de guardar toda la energía posible para la siguiente «hambruna» (por si acaso).

De ahí que el 70 por ciento de las personas que hacen algún tipo de dieta terminen pesando más que cuando la empezaron.

Y como muchas personas hacen una dieta tras otra —y cada vez tienen ese 70 por ciento de probabilidades de ganar peso—, generalmente los individuos que se han puesto a dieta acaban estando más gordos. 

Los clubes de adelgazamiento venden unos alimentos dietéticos y sustitutos alimenticios caros y «bajos en grasas» que, para compensar, están envenenados con azúcar, con lo que no hacen más que empeorar la situación, porque quienes están a dieta acaban teniendo aún más hambre.

Ganan dinero con la venta de dichos productos, y aún más gracias a que no sirven.

Si los clubes de adelgazamiento funcionaran, a estas alturas habrían tenido que cerrar, porque todos sus miembros estarían delgados y serían un testimonio andante de su éxito.

El campo de batalla no está en el restaurante, en la cocina o en el supermercado. Esos son los lugares donde comprobarás tu victoria. La clave está en otra parte.

El verdadero campo de batalla está en tu mente.

Y tú, qué opinas?

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